Fuego
Túreie miró por la ventana. A lo lejos, en el Nuevo Bosque, el fuego lo estaba arrasando todo. Ella podía estar tranquila, las viviendas de los elfos estaban protegidas del fuego mediante diversos hechizos. Sin embargo, no podía evitar sentir un gran dolor por la pérdida de todos esos árboles y de todos esos animales que estaban siendo masacrados por las llamas. Debía convocar al Cónclave al amanecer. Aún no había salido el sol, las estrellas iluminaban el cielo con las Dos Lunas. Parecía que ellas también lloraban por ese horrible incendio.
¿Quién lo habría provocado? Porque tenía que ser un incendio provocado. O un accidente. Pero no era algo natural. No había habido tormentas eléctricas desde hacía dos siembras. Tendrían que encontrar al culpable.
La dama elfa se dirigió de nuevo al interior de su habitación y llamó a su compañera de confianza.
-Helda, despierta a los nénion, necesitamos acabar con este incendio.
-Sí, mi señora -respondió la joven, antes de salir danzando hacia el Árbol del Agua.
Volviéndose hacia la ventana de nuevo, Túreie susurró hacia los cielos:
-Karenén nuhtanár aira.
Ojalá los dioses escucharan su ruego. Ojalá el agua acabara con ese fuego rojo.
Túreie decidió que no podía quedarse ahí sin hacer nada. Era la dama de los elfos, le habían dado el mando y ella tenía la responsabilidad y el deber de proteger esos bosques. Se enfundó en su manto de natse y bajó hasta el suelo por el gran tronco de su árbol.
-Kanwa! -gritó, para llamar la atención a todos los elfos del reino-. Las llamas están arrasando el Nuevo Bosque. Tenemos que acabar con ese incendio enseguida. Ayudemos todos a los nénion a trasladar el agua hasta las lenguas de fuego. Larka, linta!
Todos los elfos del reino se unieron a la dama Túreie y a los elfos del agua para acabar con ese incendio que unos seres llamados hombres habían provocado en el Nuevo Bosque.
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