30 julio 2015

No me gusta Rafael Alberti

Esto es una broma. A Rafa le da igual porque está muerto.

Sobre tu nave -un plinto verde de algas marinas,
yo sé, Claudio, que un día tus islas naturales
los dos, buenos pilotos del aire, subiríamos
en esta noche en que el puñal del viento
sobre la luna inmóvil de un espejo,
ha nevado en la luna, Rosa-fría.

Las floridas espaldas ya en la nieve,
Rosa de Alberti allá en el rodapié
llevaba en su seno al aire, y en las manos
mi corazón, repartido.

Hotel de azules perdidos,
sonámbula, la sirena.
Novia ayer del pino verde,
leñador,
amada de metal fino,
mi amante lleva grabado,
mi corza, buen amigo.

La aurora va resbalando,
-Dame tu pañuelo, hermana,
-Madre, ha muerto el caballero
barquero yo de este barco,
a la mar, si no duermes.

Que no me digan a mí
verde, lenta, la tortuga.
La cabra te va a traer
si te llaman Capirucho,
ya la flor de la noche,
la que ayer fue mi querida.

Tren del día, detenido,
vete al jardín de los mares,
jardinera cantadora,
infancia mía en el jardín.

Dondiego no tiene don,
ay miramelindo, mira,
vengo de los comedores,
las dos, en la vaquería.
¡Oh qué tarde!
Nadie sabe Geografía.

Dormida y rubia, en la roca.
La niña rosa, sentada.
Ardiente-y-fría -clavel.
De mi ventana huye el barco.

25 julio 2015

La chica sin nombre


Era una chica feliz pero no tenía nombre. Íbamos de la mano porque no teníamos ningún motivo para no hacerlo. No teníamos historia, así que he decidido inventarla. Todo es mucho más fácil cuando sale de tu cabeza. O sea, de la mía.
No tenía nombre, y eso era peor que no tener voz. Se miraba al espejo y veía la sombra de unos ojos que no dejaban de llorar por pensar que no tener nombre significaba no ser nadie. Tenía miedo a dejar de existir para los demás. Incluso para ella misma. Se miraba en el espejo y se tocaba los labios con las manos, la frente; cerraba un ojo y se tocaba el párpado mientras miraba azul con su otro ojo. Mientras miraba azul una lágrima que cristalizaba su apariencia. Mientras veía su muerte acercarse, segundo a segundo, paso a paso, cielo a cielo.
No tener nombre es casi peor que no tener cuerpo. Ella era una chica feliz mientras lloraba porque no le dolía sentirse triste. Su felicidad se basaba en ver el vaso, daba igual si estaba lleno o vacío: había un vaso que mirar y del que beber. Había un vaso en el que derramar las lágrimas. Eso le gustaba y por eso era feliz.
Contó hasta diez susurrando, muy bajito, para que nadie le oyera (aunque siempre estuviera sola). Yo apreté su mano y miré sus ojos lluvia antes de decirle que diez no era suficiente. Sonrió con esa sonrisa dulce que le salía cuando no podía evitar sentirse culpable y me dijo que diez era demasiado. Tienes que creer en la magia, le dije yo. Apreté su mano y salté sin soltarla. Ella saltó conmigo.
Despertamos juntos en un tren. Su cabeza estaba apoyada sobre mi pecho y me daba un poco de pena. Sabía que pronto se acabaría todo para ambos, que desapareceríamos para siempre, que nuestras vidas eran luciérnagas sin luz, polillas alrededor de una bombilla que parpadea, a punto de fundirse. Deslicé la yema de dos dedos por su cara, y eso que no me gusta nada usar el verbo deslizar. Aparté un mechón de pelo de su mejilla, soplé. El tren llegó a su destino, que era el nuestro. Bajamos y seguimos a la multitud. A la muchedumbre. Nos dejamos llevar por la corriente como si fuéramos parte de ella. Un paseo a pie, un trayecto en barca, un castillo, un salón enorme y, por fin, un gran comedor.
Ella era feliz, aunque no tuviera nombre. Fueron subiendo personas, de uno en uno. Los nombres iban fluyendo. Luna Black. Tom Lestrange. Victoria Gaunt. Stuart Peverell. Elena Prince. Nombres, nombres, nombres. Subían de uno en uno al escuchar su nombre, iban siendo repartidos. Casas, nombres, magia. Fue mi turno. Escuché mi nombre, subí, casa, bajé. Ya estaba. Más nombres, más gente. Agarré de la mano a la chica sin nombre. No te vas a quedar sola, susurré en su oído. Ella era feliz incluso sola pero tenía miedo a ahogarse en sus propias lágrimas cada vez que sonreía.
Nos quedamos hasta el final, agarrados de la mano. Todos se fueron, repartidos ya. Nos acercamos y preguntamos qué podía hacer, dado que no tenía nombre. Habría que asignarle un nombre, dijeron, antes de asignarle una nueva familia, unos nuevos amigos y una nueva vida. Estábamos hablando de magia. Probaron varios nombres, pero ninguno funcionaba en ella. No puedes tener un nombre, le dijeron, pero sí podemos darte una casa. Amarillo y negro. Lealtad, nobleza, bondad. Sí, era perfecta para ella. Sin embargo, nos habían separado. Yo era la serpiente y ella el tejón. No había nada que hacer.
Debíamos seguir a los demás, así que quise despedirme de la mejor manera que sé. Ella era feliz, un par de lágrimas surcaban sus mejillas, una en cada una. Besé una lágrima, luego la otra mejilla, por último la frente. Sonrió y me dio un abrazo sin nombre, azul y sincero.
Había llegado la hora de creer en la magia.

07 julio 2015


Se te han secado los ojos
y te has olvidado de llorar.
Por ti.
Por ella.
Has malgastado tus tormentas,
se te han muerto las uñas
mientras mirabas desde abajo el Empire State.
Sólo tenías que subir y saltar.
Recita otra vez las reglas, por favor.
Primera regla: no se llora por ninguna mujer.
Segunda regla: no se llora por los propios errores.
Te duelen las manos de
Te sangran las manos de
Te quieres cortar las manos.
Tercera regla: no se hace daño a nadie.
Hay reglas que no se puede evitar saltar.
Que no dependen de uno mismo.
Cuarta regla: hay que jugársela tantas veces como se estime necesario.
El fracaso puede ser tu mejor amigo,
pero tienes que aprender a olvidarlo
para poder alcanzar tus metas.
Quinta regla: si no puedes, deja de intentarlo.
Sexta regla: recuerda que siempre puedes estar peor, que nunca tocarás fondo.
¿Más abajo?
No te imaginas lo bajo que puedes llegar.
No quieras intentarlo.
Séptima regla: desobedece.