12 octubre 2016

Ella no

No quiero hablar de ella cuando pasea entre los aspersores de la Castellana.
No quiero hablar de ella porque prefiero hablar de todas las demás.
Simplemente: de otras.
Las otras.
Quiero hablar de lo difíciles que se hacen conocer,
del dolor que supone a veces ser nadie.
De que mi fondo de pantalla del móvil con el escudo de Hogwarts ha ligado unas ocho o diez veces más que yo.
Quiero hablar de lo bien que estoy solo
y lo solo que me siento a veces, a pesar de todo.
De todas.
No soy yo, ni tú, ni ella: son todas las demás.
Es la ausencia en un vaso de chupito vacío después de haber albergado una pequeña pero exacta cantidad de Jägermeister.
Es la ausencia de un vaso de chupito vacío o hecho pedazos sobre un suelo lleno de vómito.
Pero no soy yo: son mis entrañas.
Llevo demasiado tiempo creyendo y llorando lo mismo. A la misma.
Ser poeta hoy es contar tus penas y lo estás haciendo muy bien, hijo de puta.
Déjalo.
Eres un tío afortunado porque acabas de pillar el último metro.
Próxima estación: cállate de una puta vez y deja de amargar la vida a todos los que son capaces de disfrutarla.
Gracias.

08 octubre 2016

Viaje musical


Suena Mjørkaflókar, de Eivør.

La mente vuela.

De pronto estoy en un campo verde, enorme, casi infinito. Corro y me topo con el final. Un horizonte azul inmenso baña el mar. Un acantilado de cientos de metros me deja al límite del vacío. No salto, sólo doy un paso adelante y me dejo caer.

El viento acaricia mi cara muy rápido pero con mucho cariño, no quiere hacerme daño. Siento la humedad del agua bajo mi cuerpo, aún a muchos metros de distancia. La caída se ha detenido, estoy flotando en el aire, pero el viento sigue besándome la cara.

Termina la canción. Ahora suena Verð Mín.

El agua del mar empieza a subir. Gota a gota, como si fuera lluvia. Empiezo a mojarme. Me doy cuenta de que estoy boca abajo y, de pronto, el mundo da la vuelta, el mar está arriba, el cielo abajo. Sigo flotando y me doy cuenta de que puedo caminar por el aire. Doy unos pasos hasta llegar al acantilado, hasta la piedra. La toco con mis manos, está caliente. Copos de nieve caen desde el mar, ahí arriba. Pongo mis pies en la roca y el mundo gira de nuevo. El mar está ahí delante, el cielo detrás de mí. Mi suelo es la roca del acantilado; mi cielo, el infinito. La nieve me da en la cara, camino hacia el mar, que es una pared que golpea el suelo con sus aguas frías. Mis pies descalzos sienten el calor de la tierra.

Salto, y mi cuerpo se eleva hacia el infinito, no hay gravedad. Me voy, navegando por el aire, atrapando copos de nieve blanca con las manos.

Se acaba la canción. Se acaba el viaje. Estoy aquí de nuevo.