He recuperado la esperanza de todo aquello que creía perdido. Está en el brillo de unos ojos que iluminan más que cualquier estrella en cualquier galaxia muy muy lejana. En el brillo de unos ojos alrededor de los que no quiero dejar de orbitar, como un planeta pequeño, como si fuera Plutón buscando una mirada apoyándose en un plano del metro.
Han llegado las sonrisas, procedentes de un rostro ajeno pero familiar, como si hubiera estado toda la vida esperándolo sin darme cuenta. A veces a uno le da por pensar tonterías, otras veces simplemente se deja llevar a pesar de todos los miedos. De todos.
Hace un tiempo todo era rutina y castigo. Abandono y apatía, cansancio y aburrimiento. La literatura dejada de lado; la música relegada a un tercer, quinto, nonagésimo plano; la alegría cedida a la desgana, que se elevaba como rey en su trono ante sus tierras.
Ahora un brillo de ojos —¡pero qué ojos!— ha devuelto la soberanía a este reinado de fantasía que es mi vida. Un brillo de ojos ha devuelto el olor a la primavera y las flores han crecido en mil millones de colores vivos. Vivos como mi alma, que ha renacido como (atención, cliché) el ave fénix.
Y una sonrisa —¡y qué sonrisa!— ha ganado todos los torneos para convertirse en cuerda de la que colgarse, cama en la que acostarse, palabra en la que creer. Qué más da el miedo si es más fuerte la esperanza. Qué más da la congoja sí dispongo de la fuerza de la posibilidad paciente.
Poco a poco. No vayas a aferrarte a una ilusión. Vive el momento, disfruta del viaje, admira las vistas que te ofrece el paisaje. Próxima parada: no estar parado. A moverse.