Hace tiempo que no me paso por aquí, que no escribo en este blog como lo que es. Casi parece que lo utilizo solamente para hablar de mis libros, y aunque eso está bien... no es el propósito de este blog. Hay que volver a la esencia. Es necesario, urgente incluso.
Empecé este blog el 2 de junio de 2012. Acaban de pasar diez años desde entonces. Diez años, se dice pronto. Y lo que he cambiado. Y lo que he escrito, eso no está escrito. O sí.
Hace diez años decidí empezar un blog personal donde contar mi vida porque
el blog de relatos y poemas se me quedaba corto. Hace diez años no pensé que diez años después seguiría escribiendo en ese blog que empecé con la idea de hablar de mis cosas en general, desde las redes sociales que iba probando hasta los poemas que iba escribiendo.
Y ahora, pasado el tiempo, con la vida de adulto que tengo (pues hace diez años estoy seguro que muy adulto no era), regreso para contar mi vida a sabiendas de que pasarán los días y es muy probable que me olvide de esto. De que tengo un blog para soltar mis pensamientos, y no solo para hablar de mis libros.
La vida pesa, a veces, y tal vez eso la haga más dichosa. El cansancio acumulado, los fracasos cargados en la metafórica mochila que llevamos a la espalda, las afrentas y discusiones, las amistades que se fragmentan, el dolor, el daño, el sufrimiento, la tristeza y la pena, todo ello, hace que vivir sea interesante. Duele, cansa, nos llena de hastío, pero merece la pena.
También los abrazos, los momentos felices, las risas, las cervezas con amigos en una terraza o un bar, las conversaciones sobre cine, literatura o música, las bromas, los chistes (malos), la magia y el cariño hacen que todo esto que vivimos merezca la pena. Aunque a veces falte, aunque a veces echemos de menos.
«Yo quiero ser escritor», me digo una y otra vez. «Yo ya soy escritor», me respondo a mí mismo. Y me miento, y me pierdo en mis tribulaciones, mis miedos, mi dulce congoja, ese lugar donde todo es oscuro pero es tan acogedor que no quieres salir. La zona de confort, el espacio donde uno se siente a salvo.
Y es que da tanto miedo lo que uno quiere conseguir que casi prefiere no lograrlo. Casi es mejor tener una meta inalcanzable que llegar a ella y sentir el éxito. El éxito, entendido como algo propio, no social. Ese éxito da tanto miedo que uno se convence de que es mejor no padecerlo. Como si fuera una enfermedad. Como si no gustase.
Y, en fin, me voy hundiendo de nuevo en mis pensamientos sin saber a dónde quiero llegar. Así que, para no irme por las ramas y, por qué negarlo, para concentrarme en la escritura de mi próximo libro, doy por finalizado esta entrada en mi blog. Diez años. Larga vida a internet.