Vivo en el país de la hipocresía y la picaresca,
donde el más listo es el que mejor miente,
el que más roba,
el genio del engaño.
Vivo en un país donde el éxito se mide en fracasos ajenos,
donde para crecer se pisa al otro,
se empequeñece al pequeño,
se atropella al torpe.
Vivo en un país en el que la vida es competencia,
en el que el que ayuda pierde,
el que coopera se hunde,
el salvavidas se ahoga.
Vivo en el país de las miserias tristes,
el de las vergüenzas tristes,
las bellezas tristes,
las apariencias tristes.
Vivo en un país de orgullo ineficaz,
en un cielo donde ahogarse,
un mar donde volar sin aire,
una estación de autobuses donde llorar.
Pero yo no creo en países ni fronteras,
no creo en mercados ni monedas,
yo vivo en las personas y sus sueños,
vivo en los corazones de los niños,
que no entienden de mercados ni avaricia,
que saben que jugar es el presente y no quieren hablar de futuros,
que buscan la sonrisa en el abrazo,
que meten goles a la tristeza de la pensión de sus abuelos,
que saben que la vida es compartir
un bocadillo
en el recreo.
El problema siempre fue crecer por dentro.