29 marzo 2014

El reloj de tus ojos (poema)

Hace tiempo que no te escribo
y se me están caducando las palabras,
pero cada día que pasa te pienso más
y cada noche que pierdo te sueño más intensamente.
No he dejado de mirarte
cada vez que cierro los ojos.
No he dejado de esperarte
cada vez que me pregunto la hora.
Qué hora será en el reloj de tus ojos.

Cada día te necesito más
y sigo sin saber quién eres.
Todos dicen que cuando menos me lo espere
aparecerás
y todo irá sobre ruedas.
Y te espero
pero
no paro.

Deja que sea mi bici la que vaya sobre ruedas
y dame la mano para volar juntos
hasta la luna.
Vamos tan alto que nos duelan los sueños.
Vamos tan lejos que se curven los cuentos.

Seamos las letras de un cuento de hadas.
Negro sobre el blanco de mil sábanas mágicas.
Sueña que tú y yo somos un sueño
en la mente más enamorada del mundo.

Tengo que bajar a la tierra,
pisar el suelo con los pies
descalzos,
tocar la arena,
oler tu pelo
y no perderme en tus encantos.

Tanta fantasía me está convirtiendo en humo
y cada vez me parezco más al viento,
que voy pasando
y no pasa nada.
Y así estamos.
Tan separados.

Hoy vuelvo a escribirte porque sé que existes
en alguna parte
luciendo una sonrisa
de mil pares de soles.

Hoy te escribo para no olvidarte.
Para que no nos olvidemos
de que algún día
nos querremos.

Y nunca será demasiado tarde
en el reloj de tus ojos.

Quike D-B

03 marzo 2014

Yo creo en las hadas

Yo no creo en horóscopos, pero hoy Bella, del blog literario Soñadores de Libros, ha publicado su horóscopo literario del mes de marzo y me ha hecho mucha gracia. Así que he decidido grabar un vídeo como respuesta a ese vídeo. Mirad, aquí os dejo el horóscopo literario. Yo soy Leo.



Y después de que hayáis visto el horóscopo literario de este mes, os dejo mi vídeo. Sí, es una chorrada. Pero me ha hecho gracia hacerlo.



Espero que os haya parecido curioso, al menos.
¡Un saludo!

01 marzo 2014

Tres colores (relato)

El azul, el verde y el naranja fueron los culpables. El azul de esos ojos grandes, el verde de esa chaqueta y el naranja de su pelo, liso, suave, que parecía estar hecho de fuego.
Nunca he entendido por qué se les llama "pelirrojos" a los que tienen el pelo naranja. Deberían ser "pelinaranjas", aunque eso pudiera parecer alguna clase de fruta.
Era aún por la tarde y el cielo estaba azul, sin nubes, abierto al sol y su calor. Una suave brisa mecía las verdes hojas de los árboles. Ya se acercaba la primavera y estaba todo verde y hermoso. Azul y verde: sólo faltaba el naranja.
Habría sido una tontería bajar a dar un paseo por el Retiro si no hubiera aparecido ella. Mira que me cuesta hablar con desconocidos, pero con ella fue diferente. Fue como si nos conociéramos desde siempre, desde antes incluso de haber nacido. Ahora me doy cuenta de que en realidad, siempre había sabido que una pelirroja marcaría la diferencia entre un sí y un tal vez, que sería esa fina línea que separa la seguridad y el precipicio. Ahora sé que el destino fue quien me hizo querer salir a despejarme en el parque después de un par de horas de estudio.
Estaba sentada en un banco. El naranja resaltaba sobre el verde de su chaqueta. Leía. Eso era una buena señal. No sé por qué me paré para mirarla, en lugar de seguir caminando, pero el caso es que ella levantó su mirada y me sonrió desde esos ojos azules. Luego siguió leyendo mientras jugueteaba con el pelo con una mano.
No os engañaría si os dijera que en ese momento ya me había ganado. Me quedé ahí, pasmado, mirándola. Debió parecerle incómodo porque volvió a levantar la mirada y puso el marcapáginas en el libro antes de cerrarlo.
-¿Qué pasa? -me dijo con una sonrisa que podría derretir inviernos.
Fue un "qué pasa" sincero, de buenas, amable. Un "qué pasa" interesado, algo frágil pero decidido.
Me acerqué y le respondí con otra pregunta, también sonriendo.
-¿Qué lees?
Hay una gran diferencia entre las chicas que leen y las que no leen, pero hay una clase de chicas que queda aparte de toda clasificación: las que leen poesía. Si cada chica es un mundo, las que leen poesía son galaxias, universos. Pueden ser lo mejor o lo peor que te ocurra en la vida, pero nunca serán nada intermedio, nunca un término medio. Estaba leyendo a Diego Ojeda, pero habría dado lo mismo que estuviera leyendo a Bécquer, Machado o a Lorca.
Y empezamos a hablar de poesía, que es la mejor manera de empezar a hablar. Hablamos de Algeet, de Salem, de Batania, Marwan y algunos poetas más que rellenan el mundo con sus palabras. Ella me invitó a leerle alguno de mis poemas y no pude evitar hacerlo a pesar de que mi mente no dejaba de negarse. Nada podía hacer para desobedecer a esos labios.
Ella también escribía. Lo hacía a escondidas, en un pequeño cuaderno que no enseñaba a nadie. No sé por qué me lo contó, forma parte de la magia de las confidencias. No me dijo qué escribía, pero a mí me bastaba con leerle los labios y la mirada, no hay poema que pueda compararse con esos ojos.
Y eso fue sólo el principio. Volvimos a quedar, le invité primero a un café, más tarde a una comida, unas semanas después fuimos a cenar juntos y no me dejó pagar porque quería enseñarme el significado de la palabra justicia. Y hablamos del corazón, y nuestros corazones se iban abriendo, mostrándose el uno al otro, uniéndose de una forma que no puedo expresar hasta que se convirtieron en uno solo mucho más grande y mucho más fuerte.
Y llegaron los besos y todo lo demás aunque sólo forman parte de este texto en el que todo puede derrumbarse en el último momento. Porque nuestras vidas son en realidad como dos poemas y no todos los poemas pueden leerse juntos. Las palabras empezaron a cambiar entre nosotros y a cambiarnos y dejamos de vernos, no sabemos por qué, sólo que cada vez nos echábamos menos de menos. Y de menos en menos quedó nada. Y aquí estamos. Recordando el azul de sus ojos y el verde de su sangre y el naranja de su pelo. Y todo lo que soñé en tres colores y que se ha perdido en blanco y negro.