Reloj
El anticuario era mi lugar favorito de todo el pueblo. Nunca sabía lo que me podía encontrar entre tantas cosas. A veces aparecían verdaderas reliquias entre muebles viejos, cacharros de todo tipo y cosas extrañas que no sé para qué podían servir. A veces aparecían tesoros a precio de ganga.
Ese fue el caso del reloj. Una joya de 1869, fabricada en Londres, de auténtico oro, y que seguía funcionando a la perfección. Ya sé que no está de moda hoy llevar reloj de bolsillo, pero a mí me apetecía convertirme en un lord del siglo XIX, con mi levita, mi chaleco, mi reloj de bolsillo... Quizás estaba demasiado influenciado por el romanticismo, pero me encantaba esa época y tenía que hacerme con ese reloj.
Guillermo era el anticuario. Tenía muchos conocimientos sobre muebles, pero seguro que por este reloj me haría un descuento, porque no le iban mucho los accesorios. Lo suyo eran más las mesas de mármol, las rinconeras de época, las sillas de salón.
-¿Cuánto por esto? -pregunté.
Dejó de mirar una estantería que tenía en la esquina para dirigirse a mí. Cogió el reloj y lo observó sin mucho interés.
-Mil ochocientos y pico, oro, estilo inglés. Te lo dejo en trescientos euros.
-¿Trescientos euros? Sabes que no vale ni ochenta -le dije.
Me miró con una sonrisa. Le gustaba este juego.
-Te lo dejo en doscientos.
-Te pago cien como mucho -dije yo.
-Ciento cincuenta y es tuyo. No voy a vendértelo por menos.
-Venga, ciento veinticinco y trato hecho -le dije yo.
-Ciento cincuenta -repitió él.
-Nadie te lo comprará a ese precio -dije, haciendo un ademán de darme la vuelta e irme de allí.
-Espera, amigo. Ciento treinta. ¿Te parece bien?
Le miré, pensando si era un precio justo. En realidad, sabía que no lo era, ese reloj costaba unos quinientos euros como poco. Acepté su propuesta.
-Está bien, ciento treinta.
Y así fue como me hice con este reloj. Luego, empecé a vestir así, con estas galas, y a vivir como a finales del siglo XIX. No tengo móvil, ni coche, ni siquiera luz eléctrica. Por fin, soy feliz.
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