Ciudad
Rob salió del estado de suspensión a las ocho en punto de la mañana. Se desenchufó y miró a su alrededor para hacer un escaneo de la situación. Todo parecía en orden. Una mañana normal. Los niveles de batería estaban a tope, el sensor de iluminación le indicaba que iba a ser un día nublado. Hizo una revisión rápida de los sitios web de noticias que tenía guardados revisando las palabras clave asignadas. No había ninguna novedad en base a la que tuviera que cambiar su rutina de trabajo. Hecho esto, salió a la ciudad.
La ciudad no era como las de ahora. En el pasado, las ciudades eran diferentes. En la época de Rob, Madrid tenía incontables rascacielos y la gente y los robots usaban los mismos medios para transportarse. Unas cabinas que llamaban coches, ya antiguas, habían quedado relegadas a la gente de poco nivel económico. La clase media viajaba en los hyperloops, un entramado de cápsulas que viajaban a toda velocidad en túneles de acero bajo tierra. Antiguamente eso se había conocido como metro o tren. Quedan algunas fotos de esas cosas. En la época de Rob los trenes no tenían ya ruedas. Eran mucho más rápidos los hyperloops de aire comprimido por el vacío. Los más adinerados volaban sobre la ciudad en aerocabs.
El Madrid de entonces había usado lo que antes se llamaban carreteras para seguir construyendo edificios. Edificios de viviendas, edificios de oficinas, edificios de almacenes... Todo eran edificios. De todos los tamaños, aunque cuanto más grandes, mejor. Y siempre con materiales duros y fuertes, piedras y hierros, vidrios y aceros. Todo Madrid estaba plagado de edificios, excepto el parque del Retiro, donde dejaban un pequeño pulmón de vegetación donde los humanos disfrutaban.
A Rob le gustaba El Retiro, aunque no fuera un humano. Rob era un droide bastante rarito. Se le había cortocircuitado algo, seguro.
Madrid ahora ya no es como antes. Después de la devastación, los pocos ciudadanos que quedan, ya sólo humanos, viven sobre los escombros de la ciudad que habitó Rob. Madrid ahora es un bosque y en él se vive en casas formadas sobre los árboles, se viaja a pie o en canoa de madera por el viejo río, el Manzanares, que nunca dejó de fluir. Ahora la ciudad está viva y Madrid seguirá siendo siempre Madrid.
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