Pájaro
Pedro entró en la casa detrás de Amelia. La mujer, que era ya mayor, andaba despacio, y a Pedro le incomodaba esa lentitud. Atravesaron el gran salón y accedieron al patio interior de la casa. Se trataba de una maravilla visual propia de Andalucía, todo colmado de flores y enredaderas. Amelia se acercó a una mesita y cogió un libro grande y pesado. Aves exóticas y cómo cuidarlas, decía el título en grandes letras doradas. Pedro se fijó en que un bonito canario amarillo miraba la escena curioso desde una jaula situada en un lateral del patio. Se acercó al canario y lo contempló, admirando su belleza natural.
-¿Cómo se llama? -preguntó.
-Kati -respondió la anciana, acercándose-. Nunca canta.
Pedro se sintió triste por el pájaro. ¿Cómo podía ser que pasara su vida entre esos barrotes? Los pájaros debían vivir libres, surcar los cielos.
-No me gusta que esté en esta jaula -dijo.
-¿Dónde va a estar sino? Se escaparía.
-Quizá eso fuera lo mejor -dijo el joven.
-No sabes lo que dices. Ese pájaro lleva viviendo conmigo siete años, desde que murió mi Antonio.
-Siete años encerrado en una jaula. Es triste.
-Así es la vida, hijo -dijo la anciana-. Mira, este es el libro que te dejó Felipe. ¿Quieres tomar una Coca-Cola?
-No, gracias.
-Bueno, me voy al salón. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras, muchacho, mi casa es tu casa.
-Muchas gracias, doña Amelia.
La anciana, mientras se iba al salón andando lentamente, se paró en seco para mirar a Pedro a la cara.
-Nada de doña, hijo. Llámame Amelia.
-Vale, Amelia. Me quedaré aquí, leyendo un rato.
Pedro se sentó en una silla que había situada al lado del canario y contempló cómo el pájaro, encerrado, simplemente vivía.
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