Te encontré en Hiranyaloka, el Planeta Astral Iluminado. Ahí estabas, rodeada de infinitos seres astrales, toda luz, toda sentimiento. Te movías como si volaras entre miles de colores, haciendo saltar todas las vibraciones por los aires. Eras fuente de luz en Hiranyaloka, una auténtica esfera astral, luchando contra todas las fuerzas del karma, elevándote a la esencia causal.
No eras más que belleza, tan pura, tan ideal, que no podía creer lo que estaba viendo. No hay nirbikalpa samadhi que pueda mostrarme eso. Miríadas de peces a tu alrededor, sirenas, ninfas, duendes, animales, gnomos, semidioses y espíritus contemplaban tu auténtica presencia. Los ángeles caídos se lanzaban bombas vitatrónicas para llamar tu atención, sin darse cuenta de que tus vitatrones eran más maduros, estaban más desarrollados.
Que no eras luz: eras la idea de la luz. Que no eras bella, perfecta: eras la perfección y la belleza. Porque a pesar de ciertas restricciones kármicas, yo estaba vibrando ante ti. Todo vibra con tu creadora luz.
Nadie nace mujer, pero tú fuiste la mujer desde los inicios de los tiempos. Tu fuerza vitatrónica ponía orden en el cosmos, todo era máxima armonía mántrica. Tú eras Dios: todos los dioses en una.
Aunque estuvieras esperando en la parada de autobús un jueves cualquiera a las doce y media de una mañana nublada.
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