21 enero 2018

Mes de escritura: Día 3: Vela


Vela

Lord Henry bajó del caballo delante de la puerta de la casa. La noche era cerrada, muy oscura, las nubes no dejaban pasar la luz de las estrellas ni de la luna, pero no llovía. El viento gélido hacía bailar el pelo negro y algo largo del caballero. Ató al caballo frente a la puerta y llamó con los nudillos, que se protegían del frío en unos negros guantes de cuero.
La puerta se abrió y un hombre joven apareció al otro lado, sosteniendo una vela en una mano, para mirar en la oscuridad.
-Lord Henry, sois vos. Pasad, os estaba esperando -dijo con aterciopelada voz.
La estancia estaba oscura, pero era cálida. Aunque a Lord Henry le hubiera gustado encontrarse con una chimenea, agradeció el calor que guardaban esas cuatro paredes. La única luz procedía de la vela que portaba el joven.
-Muchas gracias, Richard -dijo el caballero mientras se quitaba los guantes-. No sabes cuánto puedo agradecerte el favor que me estás haciendo.
-No tenéis que darme las gracias, milord. Os lo debo. Permitidme que os guarde el abrigo.
Cuando Lord Henry se hubo deshecho de sus ropas de invierno, se mantuvo de pie, mirando la llama de la única vela que iluminaba el interior de la pequeña casa, situada sobre la mesa central de madera.
-¿Queréis algo de comer? ¿O un vino, quizás? También tengo un whisky, si lo deseáis. Hace frío esta noche -ofreció el joven Richard.
-No hace falta, gracias. Me basta con protegerme esta noche, simplemente necesito dormir.
-De acuerdo, milord. Tenéis la cama preparada en esa habitación -dijo señalando la puerta que se encontraba a la izquierda-. Yo me quedaré aquí, por si necesitáis algo.
El lord se acercó al pequeño cuarto y divisó la estancia en la penumbra.
-¿Me permites la vela, Richard?
-Por supuesto, milord. Tomadla. 
Lord Henry entró con la vela en el cuarto y cerró la puerta, dejando a Richard sumido en la oscuridad. Se desvistió mientras contemplaba la vela que había dejado en el suelo. Había sido un día largo y cansado, pero el día siguiente parecía amenazar con ser peor. Necesitaba dormir para poder huir de ahí cuanto antes. Pronto se darían cuenta de que había sido él quien había matado a la joven Lady Nest. Madrugaría para desaparecer del condado al amanecer.
Se tumbó de costado sobre el camastro, mirando fijamente la vela hasta que el cansancio y sus preocupaciones le acabaron sumiendo en un profundo sueño.

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