Le estaría doliendo el alma si estuviera seguro de que la tenía. ¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Por qué tanto asesinato? Para comer, decían algunos. Para evitar la superpoblación, decían otros. Lo cierto era que el dolor estaba por todas partes, y si él tenía alma (cosa de la que no estaba seguro), le estaría doliendo. Eso lo tenía claro.
Se había llegado a esa situación como se llega a toda situación de caos: demasiado rápido como para poder evitarlo. El hombre, que había logrado vivir en armonía con todos los demás seres, acabó dejándose llevar por el odio y las ansias de sentirse poderoso. Empezaron unos pocos, los gobernantes principalmente, pero pronto se les unieron otros. Las clases altas fueron las primeras en rendirse. Sus cacerías fueron las precursoras de todo el dolor que llegó después. Pronto decidieron que eso no era trabajo para ellos, y obligaron a la clase media a hacer el trabajo sucio. Los empresarios abrieron campos de concentración -a los que llamaron granjas- y mataderos. En pocos meses el ser humano había destruido todo lo que había tardado miles de años en conseguir: la paz entre las especies.
¿No veían todo ese dolor, todo ese sufrimiento? ¿No había quedado claro que era mejor para todos vivir de los frutos de la tierra? Sí, pero el sabor de la carne no tenía comparación, decían. Qué más daban ellos, nosotros éramos superiores.
No sabía si tenía alma, pero estaba seguro de que, si la tuviera, en ese momento le estaría doliendo demasiado.
Podemos evitar miles de muertes de inocentes. Sólo tenemos que dejar de comer carne.
Ser vegetariano puede ser una opción.
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