Pañuelo
Esa noche Fred caminaba por la calle detrás de una joven y atractiva muchacha pelirroja, siguiendo cada uno de sus pasos, pero haciendo como que iba a su rollo. Ella no debía enterarse de que la perseguía, no debía sentirse intimidada. Ese era el modo de hacerlo, era la forma de conseguir la situación perfecta. No podías mostrarte peligroso, cuanto más inocente parecieras, más libertad de movimiento tenías. Lo sabía desde siempre. Y siempre le había funcionado.
La chica tenía un cuerpo esbelto, aunque de pequeñas dimensiones. Era, a modo de ver de Fred, una pequeña diosa. Ese color de pelo, esas piernas y ese culo le parecían sacados del mismísimo paraíso. No podía dejarla escapar. Alguna vez había dejado escapar a otras y se había arrepentido más adelante. Esta vez, con la calle completamente vacía a excepción de ellos dos, no podía fallar. Fred la siguió manteniendo las distancias, mirando su móvil de vez en cuando, haciéndose el distraído.
Ella dio vuelta a la esquina al final de la calle, internándose en una calle más pequeña aún. En esa oscura noche, la suerte se había puesto de su lado: el tendido eléctrico no funcionaba y la calle se convertía en una perfecta boca del lobo. Fred empezó a sacar el bote de cloroformo del bolsillo de su abrigo mientras sacaba el pañuelo del bolsillo trasero de su pantalón. Al mismo tiempo, aceleró un poco el paso. La chica parecía seguir a su ritmo, sin darse cuenta de que él le perseguía. Bueno, seguro que se había dado cuenta, pero ya no había marcha atrás.
Fred empezó a dar pasos más largos y rápidos cuando el pañuelo en su mano estuvo ya empapado y desprendía un dulce olor, el olor del sueño. En cuanto estuvo a un metro de la joven, alargó el brazo hacia la cara de ella para taparle la boca y la nariz con el pañuelo y hacerla caer en la oscuridad del sueño. Sin embargo, el pañuelo nunca llegó a tocarla.
La joven pelirroja había estado atenta en todo momento a los movimientos de su perseguidor. Conocía a esa clase de hombres. En cuanto notó el brazo de Fred cerca de su cabeza alargó el cuchillo que llevaba siempre escondido en el bolso mientras sujetaba con fuerza a Fred por la muñeca. Clavó el cuchillo en el antebrazo del hombre, atravesándolo de abajo arriba. Fred soltó el pañuelo y un alarido de dolor al ver cómo la hoja del cuchillo emergía de su brazo, quedándose clavado. La sangre ya estaba empezando a manar con velocidad. Aturdido por el dolor, Fred se sacó el cuchillo y lo dejó caer al suelo mientras caía de rodillas tratando de taparse la herida con la otra mano. No escuchaba, no veía, nada importaba más en ese momento que el dolor que sentía en el brazo.
Entonces, la muchacha cogió el pañuelo del suelo y se lo puso a Fred en la boca y la nariz.
-Dulce sueños -dijo mientras él caía en un profundo sueño.
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