22 diciembre 2015

Cómo salir colocado de la consulta del oftalmólogo

Escribo esto con el colocón encima, todavía. Menuda pasada, todo brilla. ¿Por qué?

Todo empezó esta tarde, cuando acudí, como cada año, a la consulta que tengo con el oftalmólogo para mirarme la vista (eso es un poco redundante, ¿no?) Después de hacerme la típica prueba de decirle a la doctora las letras que ponía en la pantallita (bastante bien, por cierto), me llega y me dice que me ha aumentado la miopía. O eso, o que llevo toda la puta hora que me ha tenido esperando en la sala de espera mirando el móvil, y eso me ha cansado los ojos o nosequé. En fin, le digo, que de 13 a 14 dioptrías, tampoco pasa nada, si de lo de estar ciego ya estoy acostumbrado.

Y aquí viene lo bueno: Te vamos a tener que dilatar las pupilas para verte mejor el fondo del ojo. Vale, bien. Ahora tengo las pupilas como si me hubiera drogado con estimulantes. Enormes. Toda la luz del universo penetra en mis ojos hasta llegar a mis neuronas, activándolas, convirtiéndolas en fuentes zen de luminosidad astral en mi cerebro, o algo parecido.

Al final, nada, que sigo con mis 13 dioptrías, el aumento era culpa del móvil. No uses el WhatsApp en la consulta la próxima vez. Pues ok, no me hagáis esperar.

Salgo a la calle. Diciembre a las ocho de la noche. Noche cerrada en Madrid. Coches, muchos. Farolas, muchas. Luces. Luces enormes por todas partes. ENORMES.  Luces que se mueven de dos en dos. Luces que... Espera, la Luna. La puta luna, joder, qué puto dolor. Atraviesa. Es que los coches tienen luces como amarillentas, pero la luna es de un blanco punzante. No mires, Quike. Pero no puedes parar de mirar a la luna. 

De pronto notas un millón de colores rojizos que se mueven, estás como superido (muy ido, super) pero no, es una ambulancia. No entiendo por qué las ambulancias van con las jodidas luces encendidas y no llevan la sirena acústica. Bueno, pues con las luces de la ambulancia (rojas, amarillas, naranjas, inmensas, multidireccionales, alucinógenas) se me va la vida. Me quedo a oscuras durante unos segundos y me cuesta volver a la realidad. Poco a poco vuelvo a ver. La luna me sigue cegando, así que intento no mirarla. Las luces de los coches que pasan siguen dejándome loco. Un intermitente. UN JODIDO INTERMITENTE. Qué locura, qué maravilla, qué fascinante. Alucino pepinillos luminosos.

Miro el móvil, pero no veo una puta mierda. No sé qué hora es. Miro el reloj, como si pudiera ver una cosa pero no la otra. Claro, el reloj lo veo igual de mal. Serán las ocho y pico.

Llego a casa. No enciendo las luces. Todo está bien a oscuras. Me tumbo en la cama y saco el móvil, pero no, no veo una mierda. A ver si escribo, me digo. Enciendo el portátil y pongo la luminosidad al mínimo. Empiezo a escribir.

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