Días de no parar de estudiar,
días de querer hacer mil cosas.
¿Sabéis qué es lo malo? Que en estos días de exámenes (empiezo el martes, pero los días previos son un suplicio) surgen en mi cabeza un montón de ideas y de proyectos (y vuelven algunos antiguos que surgieron en épocas de exámenes anteriores y no llegaron a nada). Y entonces quiero hacer todas esas cosas, trabajar esos proyectos, ser creativo y dejarme serlo. Quiero regalarme tiempo para la creación. Quiero darle tiempo al arte y a su magia.
Pero no. Porque tengo que dedicar el tiempo a estudiar. Entonces me ato a la silla frente a los apuntes, me niego la libertad, me exijo ser responsable. Y estudio. Y pasa el tiempo. Y termino los exámenes y llega la libertad. El momento perfecto para dedicarme a esos proyectos que tanto me llamaban durante el estudio. ¿Y sabéis qué pasa? Que muchos de ellos se quedan en el tintero, otros empiezan y se mueren sin madurar, otros son desechados. Ninguno sale a la luz. Todo son sombras. Todo es muerte, y navidad y luces en las calles. Falsa alegría, familia y turrones.
Tengo tres proyectos en mente que espero poder parir estas navidades. Para que se demuestre que los hombres también podemos ser madres. Música, poesía y cultura. Y un plan de empresa si eso, pero sólo si sobra tiempo.
Feliz estudio.
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