Subió al vagón y no le extrañó que estuviera vacío. Estaba en una de las últimas paradas y no era raro que todos los pasajeros se hubieran bajado en la estación anterior a esas horas de la noche. Se sentó y esperó tranquilamente a que se cerraran las puertas y el tren reanudara su marcha. Así lo hizo unos segundos después.
Qué ganas tenía de llegar a casa y darse un baño caliente. Sara estaba cansadísima después de un día agotador. Había estado todo el día fuera desde que saliera de su casa a las 8 de la mañana para ir al trabajo. Era un oscuro y lluvioso día de enero. Sara había estado trabajando en un proyecto complicadísimo toda la mañana. Le había estado dando tantos dolores de cabeza durante la semana anterior que tener que tomarse un ibuprofeno a las doce ya era una rutina.
Había comido con uno de sus compañeros de trabajo en un restaurante vegano que había en la misma manzana que donde ella trabajaba. Por la tarde había estado de reuniones de un lado para otro, paraguas en mano. Era un fastidio no tener coche y andar en metro de un lado para otro.
Más tarde, había quedado para cenar con su novio. Cumplían dos años juntos, setecientos treinta días de noviazgo que celebraron con mucha ilusión. Después de cenar fue a la casa de su novio, pero nada de quedarse a dormir con él, que era lunes y al día siguiente tenía que trabajar.
Y ahí estaba, esperando en el tren para llegar a casa después de un día agotador.
El tren se detuvo en mitad del tunel. Era algo dentro de lo normal, así que Sara no le dio importancia. Se dedicó a mirar el asiento vacío que tenía enfrente. Encima de él un letrero rezaba "Asiento reservado". Al lado del cartel había otro con un fragmento de un libro de Gabriel Celaya.
Sara se levantó y se dirigió a él para echarle un vistazo.
El tren continuó la marcha.
Sara volvió a sentarse. Se puso de pie otra vez cuando el tren llegaba a la estación. A través de los ventanales ya se veía el andén pero oh espera el tren no para qué cojones está pasando por qué no para el tren ésta es mi estación no vuelve maldito cabrón que quiero llegar a casa.
Se apagaron las luces del tren y Sara se sumió en una profunda oscuridad. Sacó el móvil de su bolso. Lo que faltaba, 5% de batería. Normal, después de todo el día fuera. Sin cobertura. Normal también.
De pronto, escuchó cómo se cerraba una puerta del tren y alguien caminaba fuera. El conductor.
-¡Socorro! ¡Por favor, sáqueme de aquí! -gritó mientras golpeaba el cristal de la puerta-. ¡Que alguien me ayude!
No hubo respuesta.
-Espera, tranquila -susurró-. Tiene que haber alguna forma de salir de aquí.
De pronto, su mirada se dirigió a un cartelillo que había sobre la puerta. "Desbloqueo de puertas". Eso es, el desbloqueo de puertas. "Gire la palanca en el sentido en que indica la flecha". Y eso hizo.
Pero no pasó nada.
Volvió a intentarlo una, dos, tres, cuatro veces. Nada. Pegó una patada a la puerta y se dejó caer al suelo, impotente.
-Tiene que haber una manera de salir de aquí -dijo entre sollozos.
Sí, claro que la había. A cada lado del vagón había una puerta.
Sara salió corriendo hasta el final del vagón. Ahí había una puerta y, en la puerta, un picaporte. Puso sus dos manos sobre ella y presionó hacia abajo, esperanzada.
No pasó nada.
Volvió a intentarlo. Nada. No se movía. Probó a mover el picaporte hacia arriba pero tampoco se movió. Estaba bloqueado. Corrió hacia el otro lado del vagón para probar con la otra puerta. El resultado fue el mismo. Pero no se iba a dar por vencida.
Había en el vagón varias salidas de emerencia. El tren disponía de unos martillos para romper los cristales.
Pero de pronto el móvil vibró y se apagó, dejando a Sara en una absoluta oscuridad.
Ya no podía ayudarse con el teléfono para iluminar el vagón.
Se tiró en el suelo y lloró hasta quedarse dormida.
Se despertó al notar que el suelo vibraba. Salió del tren en la primera estación. No era la suya, pero le daba lo mismo. Iría a casa andando para darse una ducha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario