Conoció al jirafante en el metro. Os engañaría si os dijera que fue cosa del destino porque, en realidad, nada de aquello estaba predestinado; fue la más pura y preciosa casualidad quien decidió que debía ocurrir así.
Eran las nueve y cincuenta y dos de la noche y Nombre estaba esperando al metro en la estación cuando vio al jirafante bajar las escaleras. Era un ser curioso, de piel verdosa y larga cabellera rojiza. Unos ojos enormes, verdes, brillantes, miraban al frente entre distraídos y cansados. Las manos en los bolsillos denotaban un aire de dejadez que iba a juego con la raída cazadora de cuero.
El jirafante esperó al metro a una distancia prudencial de Nombre. Pronto llegó el tren y ambos entraron. Sin pensarlo, se sentaron el uno al lado del otro, a pesar de que el vagón estaba vacío y podían haberse sentado todo lo separados que quisieron.
No se dirijieron la palabra hasta pasadas dos estaciones.
"Qué ser más extraño tengo al lado", pensó Nombre.
Tú sí que eres raro, respondió una voz en su cabeza.
Era una voz dulce, aterciopelada, la voz que tendría el amor si pudiera hablar. Era un jirafante hembra, desde luego.
"¿Qué cojones?", se dijo Nombre. "¿Pero qué...?"
¡Oh, la vida, que te da sorpresas!
Nombre se giró para mirar al jirafante que tenía al lado. Ella le estaba mirando fijamente con esos espectaculares ojos verdes que comían el cielo y asfixiaban la materia como si fuera rocío de la mañana.
"Me estoy volviendo loco."
El jirafante cambió su expresión. Ahora miraba a Nombre casi con ternura.
No, no te estás volviendo loco, dijo la voz en su cabeza, estás descubriendo la verdad.
Nombre se levantó del asiento, asustado, y miró de frente a ese ser pelirrojo que tenía delante.
-¿Tú estás haciendo eso? ¿Me estás hablando con la mente? ¿Me estás... leyendo el pensamiento? -dijo Nombre en voz alta.
Menos mal que no había nadie más en el vagón.
Me llamo Saira. Soy un jirafante. La gente como yo se comunica así, compartiendo pensamientos. No necesitamos hablar.
-Pero... -empezó Nombre, antes de darse cuenta de que no necesitaba hablar.
"Pero ¿de dónde has salido? ¿Qué es eso de jirafante?", preguntó en su mente.
Somos una especie más, como los humanos. Sin embargo, no muchos de vosotros puenden vernos. Y tampoco todos los jirafantes somos visibles para todos los humanos, escuchó Nombre en su cabeza. Si tú puedes verme es porque hay algo que tenemos en común, un vínculo que nos ha unido.
"¿Un vínculo? No, esto... esto es demasiado raro. Debo de estar soñando. Esto no puede ser real", pensó.
Claro que es real, chico. Por cierto, ¿cómo te llamas?
"Nombre, me llamo nombre", dijo el muchacho para sus adentros.
Jajaja, rio la voz en su cabeza. ¡Qué nombre más curioso!
"Sí.. es curioso... Pero esto que está pasando sí que es curioso. Y raro, muy pero que muy raro."
Nombre se acercó al jirafante y la miró a la cara con detenimiento.
"Eres hermosa", pensó. "La piel verde es un poco rara, todo hay que admitirlo, pero eres... hermosa."
El tren paró al llegar a la siguiente estación y entraron algunas personas. Nombre se sentó al lado de Saira, extraño.
"Entonces... ¿ellos no pueden verte?", preguntó al jirafante.
No, a no ser que haya alguno más como tú. Pero, aunque no me ven, sienten mi presencia. Ninguno va a sentarse en este asiento. Aunque no me vean, no van a querer sentarse. Es un instinto que tenéis.
"Vaya", pensó. "Se me hace raro hablar así contigo y que nadie pueda verte. Es como si estuviera loco."
Lo estás, dijo la voz de Saira en su cabeza. Estás loco, amigo.
(Continuará.)
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