02 noviembre 2016

Uno de noviembre


Uno de noviembre. Ojalá lloviera. Ojalá yo viera que apareces por la ventana bajo la lluvia.
El viento toca la puerta, llama a la espera de su respuesta, vuela rápido entre los misterios que esconde tu pelo.
Abro. Si no te veo, no quiero otra cosa.
Una madre abraza a un niño en el metro.
Fuera hace frío, pero llueve dentro.
Hace meses que no hago un poco de ejercicio. Hace siglos.
No llueve fuera, llueve dentro;
ojalá fuera al revés.
Uno de noviembre. Nuevo mes, nueva vida.
Sigo sin conocerte. Sigo echándote de menos cada día que pasa y no te siento porque siento que no sé quién eres dónde estás por qué no tú y yo aquí y ahora.
Solo.
Estoy solo porque esta gente que me rodea en el metro no eres tú.
La madre y el niño han bajado.
Una pareja se abraza. Bajan en Tribunal, conmigo.
Son dos chicas que se besan y yo soy la envidia solitaria que se muerde el interior de la mejilla izquierda.
Qué bonita es Malasaña incluso cuando no existes.
He venido a despertar un poco, que estaba cansado y ahogado y en realidad me va todo de puta madre pero casi.
Sólo casi.
Casi solo, estoy.
Porque el deseo de que vengas está aquí conmigo y yo y yo y yo.
Joder, menos mal que escribo,
porque no hay otra manera de canalizar todo esto.
Tengo hambre y no quiero comer.
Dicen que los cuadros depresivos no son pinturas y que yo no soy Dalí,
y tienen razón, pero no lo saben.
Echo en palabras toda la mierda de dentro y me quedo vacío.
Vacío y solo.
Bienvenido al mejor día de tu vida.

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