25 julio 2014

Arquitectura del mar

No fuiste tú:
fueron tus olas de sirena,
tu luz de luna,
tu voz de luciérnaga,
tu sonrisa todoterreno.

Era sólo una mota de polvo en mi silencio
y me quedé huéfano de ideas tras mirarte.
No podía sino encontrarte
en cada suspiro,
y te juro que suspiré demasiado por tu culpa.

Luego vinieron los desahucios al amor,
y perder tu casa es casi peor que perder el miedo.
Y mi amor se enterró del susto,
ya no volví a ser el mismo
sin tu ausencia.

Fui arena sobre la mesa,
desiertos sobre la cama,
dos océanos bajo la almohada,
un eclipse de sonrisas para dos.
Póngame otro, por favor,
que sigo sin haberme ahogado.

Porque no fuiste tú, querida,
ojalá hubieras sido tú
y no esos ojos de pantera,
esa mirada de solsticio,
esos labios de hierbabuena,
esa boca emperatriz.

Que ya no sabía ni cómo perderme para llegar a casa,
ni como encontrar excusas para odiarte,
ni saltar sin paracaídas a tus labios.
No sabía ni el olor de tu cintura,
había olvidado el sabor de tus ojos.

Cada uno que haga lo que pueda
hasta que se quede sin fuerzas,
hasta que no nos queden horizontes,
hasta que seamos todos gatos.
Ya no nos quedan vidas
y tuvimos más de siete.

Pero no fue tu culpa.
Fue todo culpa mía
y de mis intentos de llegar a tus orillas en plena tormenta.
De querer apagar la llama de tu pelo con un beso.
De querer morir en tus labios
cuando ya estaba muerto.

No te preocupes.
La próxima vez miraré antes mi reloj de árboles
para ver si hay frutas que vivir
y cenizas que recoger.

Quike D-B

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