08 octubre 2016

Viaje musical


Suena Mjørkaflókar, de Eivør.

La mente vuela.

De pronto estoy en un campo verde, enorme, casi infinito. Corro y me topo con el final. Un horizonte azul inmenso baña el mar. Un acantilado de cientos de metros me deja al límite del vacío. No salto, sólo doy un paso adelante y me dejo caer.

El viento acaricia mi cara muy rápido pero con mucho cariño, no quiere hacerme daño. Siento la humedad del agua bajo mi cuerpo, aún a muchos metros de distancia. La caída se ha detenido, estoy flotando en el aire, pero el viento sigue besándome la cara.

Termina la canción. Ahora suena Verð Mín.

El agua del mar empieza a subir. Gota a gota, como si fuera lluvia. Empiezo a mojarme. Me doy cuenta de que estoy boca abajo y, de pronto, el mundo da la vuelta, el mar está arriba, el cielo abajo. Sigo flotando y me doy cuenta de que puedo caminar por el aire. Doy unos pasos hasta llegar al acantilado, hasta la piedra. La toco con mis manos, está caliente. Copos de nieve caen desde el mar, ahí arriba. Pongo mis pies en la roca y el mundo gira de nuevo. El mar está ahí delante, el cielo detrás de mí. Mi suelo es la roca del acantilado; mi cielo, el infinito. La nieve me da en la cara, camino hacia el mar, que es una pared que golpea el suelo con sus aguas frías. Mis pies descalzos sienten el calor de la tierra.

Salto, y mi cuerpo se eleva hacia el infinito, no hay gravedad. Me voy, navegando por el aire, atrapando copos de nieve blanca con las manos.

Se acaba la canción. Se acaba el viaje. Estoy aquí de nuevo.

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