18 agosto 2016

Dejar la mente volar


Quiero escribir. Quiero escribirlo todo, todas las historias que surgen en mi cabeza, todos mis sueños y pesadillas, mis delirios y locura, mis intentos de crear, mis divagaciones que dan para novela: todo.

Pero no tengo tiempo, o inspiración cuando tengo tiempo, o ganas cuando tengo inspiración. Así que no escribo. No me dejo llevar por la situación. Cambio. Salida de la zona de confort. Novedades. Retos. Aventura. Quiero escribirlas, quiero escribirlo todo. Pero no. Puedo.

Dejo volar la mente y que salga lo que sea. Una bodega de vino tinto al lado del mar. Un mafioso machista y una chica diez años más joven, sumisa. Ella no quiere ser así pero no se atreve a ser de otro modo porque miedo golpes sangre en la boca dolor gritos suelo y todo lo demás. Un paseo entre las viñas, sol de verano, mediamañana. Él, vestido de traje blanco, separa la silla de ella de la mesa y le ayuda a sentarse. Ella, con un vestido de verano tan corto como a él le gusta, se sienta disimulando con una sonrisa y un agradecimiento, aunque no le apetece estar ahí. Ella sueña con el mar.

Una playa al atardecer. Los pies en la orilla, la arena pegándose a sus dedos y a las plantas de los pies con cada uno de sus pasos. El cielo está anaranjado, las gaviotas ya se han recogido. La marea comienza a bajar mientras el sol se acerca despacio al horizonte. Ella lleva un bikini y un pequeño chal. Una suave brisa lo ondea a la par que ondea su pelo. Suave. Un grito en el fondo del mar le saca de su ensimismamiento. Un niño se está ahogando. Mira hacia el fondo y...

-¿Te gusta, querida? -pregunta el hombre.

Ella devuelve la copa de vino a la mesa, sonríe y asiente.

-Sí -dice-, me gusta.

Un hombre enorme trajeado se acerca al hombre y le dice algo al oído. Ella no puede oírlo, pero por el gesto del hombre puede entender que no le gusta nada lo que está oyendo. El hombre enorme se aleja y el mafioso pretende mantener la compostura. De pronto, suena su móvil en su bolsillo interior de la chaqueta. Mira quién llama y se disculpa: tiene que coger la llamada.

Gritos, amenazas, enfurecimiento y miradas de odio. Cabreado, cuelga el teléfono y lo lanza sobre la mesa. Toma la copa de vino y se la termina. Vuelve a llenar la copa. Vuelve a beber, se atraganta y se levanta al mismo tiempo que lanza la copa al suelo. Se va en dirección a su coche sin mirar hacia atrás. El hombre enorme le persigue enseguida.

Ella se queda sola. Otra vez. Deja la mente volar. Y vuelve a pensar en el mar.