02 abril 2014

Otro poema sobre la lluvia y nosotros

Llueve
para echarte de menos
y se me arrugan las lágrimas
cada vez que miro tus manos.
Agárrate fuerte,
atrévete a intentarlo.

Habríamos sido más listos
que nadie
con nuestros paraguas de helados
y chocolates
y no con esas sonrisas tontas
de whisky barato
o ginebra maldita.
Qué tristes éramos.

Llovía
y te echo de menos
porque las circunstancias
son tan traicioneras
como mis miedos
y tus prisas
y tanta poesía entre tu pelo.

Prometo no enamorarme en una noche de lluvia.
Nunca más.
Porque prefiero el sol del día
a las nubes grises de la noche
(aunque tu noche fuera mi favorita).
Qué precioso tu pelo mojado.

No te van a engañar mis lágrimas esta noche
porque son tan sinceras que es difícil
(imposible)
confundirlas con la lluvia.
Y mira que yo confundí mil veces
tus lágrimas sin paraguas
con tormentas.

Escribo demasiado sobre nosotros y la lluvia
y es que el cielo la ha tomado con nosotros.
Nos quiere aguar todas las fiestas
y las zapatillas
y no podemos hacer nada para evitarlo.

Este es otro poema sobre la lluvia y nosotros
porque somos tan resbaladizos
y tan transparentes
y a veces tan inoportunos
que no sé
ni tú sabes
ni nadie sabe
cómo terminar este verso.
O esta estrofa.

Y la lluvia me recuerda a tus manos
y tus manos entre las mías
y nuestros sueños dentro,
protegidos,
para no mojarse con nuestras palabras
y nuestras tonterías.

Esas manos frías como la lluvia en invierno,
un invierno de 365 días
excepto en los años bisiestos,
a los que regalamos una lágrima más,
por si acaso.
No pasa nada por llorar si nadie se entera.

Dirás que soy un exagerado
y no tienes ni puta idea de cuánta razón tienes.
Pero más exagerados eran tus ojos
y tus labios.
Tus labios exageraban tanto que casi dolía no besarlos.

Quizás me arrepienta de decírtelo,
pero te quedaba tan bien la lluvia
sobre los párpados
que me da miedo volver a imaginarte
sin sentido
con sentimiento.

Te quedaba tan bien la lluvia
que tu piel
sin ella
parece desnuda
aunque lleves mil abrigos
en el más frío de los inviernos.
La lluvia era tu mejor vestido.

Y así me van saliendo los versos en pasado
sin pensar en un futuro juntos,
sin pensar en noches-paraguas
ni en aromas-resplandor
ni el luces adolescentes
ni en sorpresas a piel de flor.
El futuro no puede recordarnos.

Y sigue lloviendo
y sigo echándote de menos
y, por qué engañarte,
la máquina hace tiempo que dejó de trabajar
y ya no crea ficciones bajo la lluvia.
Ya no le quedan fuerzas a los sueños
para inventarnos bajo las nubes.

Sin embargo,
no encuentro el momento para acabar este poema,
para decirte sí,
vámonos al fin del mundo,
que aquí se nos han acabado las tormentas.

No encuentro el momento porque quizás se haya ido
por el desagüe de los sueños perdidos,
donde las vidas se besan y olvidan
tan rápido que acordarse está prohibido
bajo pena de pena constante.
A quién se le ocurriría.

Toda esta lluvia no cabe en palabras
y yo intentando condensarla,
condensarte
y condensarnos
en unos pocos versos que se llevará el viento.
Así que coge el vaso
y bébete la cerveza
que ya es hora de volver a empaparnos
bajo nuestra lluvia.

Por favor, olvídate el paraguas.

Quike D-B

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