06 febrero 2018

Mes de escritura: Día 19: Muerte


Muerte

No dejaba de pensar en ella. En lo bonita que era, en cuánto la necesitaba. Pero su terapeuta le había dicho que tratara de alejar esos pensamientos. El proceso era el siguiente: pensamiento, emoción, conducta. Primero pensaba en ella, luego la deseaba, y luego actuaba. Si acababa con los pensamientos, dejaría de autolesionarse. Esa era la clave. Dejar de pensar en ella. En cuanto deseaba estar entre sus brazos y dormir para siempre. 
No pienses en la muerte -se dijo.
Y siguió caminando por ese puente de cuerdas, sin mirar abajo.

05 febrero 2018

Mes de escritura: Día 18: Pañuelo


Pañuelo

Esa noche Fred caminaba por la calle detrás de una joven y atractiva muchacha pelirroja, siguiendo cada uno de sus pasos, pero haciendo como que iba a su rollo. Ella no debía enterarse de que la perseguía, no debía sentirse intimidada. Ese era el modo de hacerlo, era la forma de conseguir la situación perfecta. No podías mostrarte peligroso, cuanto más inocente parecieras, más libertad de movimiento tenías. Lo sabía desde siempre. Y siempre le había funcionado.
La chica tenía un cuerpo esbelto, aunque de pequeñas dimensiones. Era, a modo de ver de Fred, una pequeña diosa. Ese color de pelo, esas piernas y ese culo le parecían sacados del mismísimo paraíso. No podía dejarla escapar. Alguna vez había dejado escapar a otras y se había arrepentido más adelante. Esta vez, con la calle completamente vacía a excepción de ellos dos, no podía fallar. Fred la siguió manteniendo las distancias, mirando su móvil de vez en cuando, haciéndose el distraído.
Ella dio vuelta a la esquina al final de la calle, internándose en una calle más pequeña aún. En esa oscura noche, la suerte se había puesto de su lado: el tendido eléctrico no funcionaba y la calle se convertía en una perfecta boca del lobo. Fred empezó a sacar el bote de cloroformo del bolsillo de su abrigo mientras sacaba el pañuelo del bolsillo trasero de su pantalón. Al mismo tiempo, aceleró un poco el paso. La chica parecía seguir a su ritmo, sin darse cuenta de que él le perseguía. Bueno, seguro que se había dado cuenta, pero ya no había marcha atrás.
Fred empezó a dar pasos más largos y rápidos cuando el pañuelo en su mano estuvo ya empapado y desprendía un dulce olor, el olor del sueño. En cuanto estuvo a un metro de la joven, alargó el brazo hacia la cara de ella para taparle la boca y la nariz con el pañuelo y hacerla caer en la oscuridad del sueño. Sin embargo, el pañuelo nunca llegó a tocarla.
La joven pelirroja había estado atenta en todo momento a los movimientos de su perseguidor. Conocía a esa clase de hombres. En cuanto notó el brazo de Fred cerca de su cabeza alargó el cuchillo que llevaba siempre escondido en el bolso mientras sujetaba con fuerza a Fred por la muñeca. Clavó el cuchillo en el antebrazo del hombre, atravesándolo de abajo arriba. Fred soltó el pañuelo y un alarido de dolor al ver cómo la hoja del cuchillo emergía de su brazo, quedándose clavado. La sangre ya estaba empezando a manar con velocidad. Aturdido por el dolor, Fred se sacó el cuchillo y lo dejó caer al suelo mientras caía de rodillas tratando de taparse la herida con la otra mano. No escuchaba, no veía, nada importaba más en ese momento que el dolor que sentía en el brazo.
Entonces, la muchacha cogió el pañuelo del suelo y se lo puso a Fred en la boca y la nariz.
-Dulce sueños -dijo mientras él caía en un profundo sueño.

04 febrero 2018

Mes de escritura: Día 17: Dientes


Dientes

Hace unos días tuve una pesadilla horrible. Me desperté sobresaltado y empapado en sudor. En el sueño, me engañaba a mí mismo y comía dos lonchas de jamón york. Decía que no pasaba nada, que ese acto no atentaba contra mis ideales vegetarianos. Que, de alguna manera, no estaba comiendo un trozo de animal, sólo un par de lonchas de jamón. Mi cerebro pensaba en ese momento que estaba bien, que todo era lógico y normal, adecuado para mi modo de pensar.
Pero poco después, en el mismo sueño, recuerdo un momento de angustia que me produjo verdadero pavor. Una culpa enorme se cernía sobre mí al darme cuenta de lo que había hecho. Había comido los pedazos del cadáver de un cerdo, de un animal inocente que no había merecido la muerte, sino que la había recibido por el capricho de la raza humana. Yo había participado de esa terrible muerte y mi mente, en el sueño, se moría de arrepentimiento.
Y, entonces, la culpa se convirtió en castigo. Empecé a sentir en el sueño que me faltaban algunos dientes. Era una sensación de lo más realista, como si estuviera completamente despierto y notara el hueco en las encías mientras pasaba la lengua por los pocos dientes que me quedaban. Estaba aterrorizado. Ciertamente pensaba que había perdido los dientes, era el castigo justo por haberme alimentado de la muerte de un animal. Mi cerebro me estaba castigando.
Desperté con un miedo atroz en el cuerpo. Tenía la boca seca y pasé apresuradamente la lengua por mis dientes, creyendo que algunos verdaderamente faltaban. Un sudor frío me recorría todo el cuerpo. Tardé unos segundos en darme cuenta de que había sido todo un sueño, de que no había perdido los dientes, de que no había comido jamón. Pero qué susto. Esa noche ya no conseguí conciliar el sueño. Pero tenía mis dientes, cada uno en su sitio, y era lo único que importaba.

03 febrero 2018

Mes de escritura: Día 16: Vida


Vida

Francisco estaba embarazado por tercera vez. Iba con miedo, de la mano de su pareja, a hacerse una ecografía. Verían a su tercer bebé. Tal vez el primero que naciera. Tras dos abortos, Francisco estaba más nervioso de lo normal. ¿Y si este tercer bebé tampoco quería nacer? ¿Qué estaba haciendo mal?
Se sentó y la enfermera le miró con mala cara. No era habitual para ella hacer ecografías a hombres transexuales embarazados. Bueno, idiotas transfobos hay en todas partes, hasta en los hospitales. Francisco hizo como si nada y se dejó manipular por la enfermera, que le puso el gel frío sobre la abultada tripa y a continuación pasó el escáner por ella. Mirando la pantalla, Francisco y su pareja mostraban su entusiasmo y emoción. El médico comprobó que todo iba bien, el bebé estaba en perfectas condiciones. Dos semanas, dijo, tres a lo sumo. La gestación estaba ya muy desarrollada.
Francisco, encantado, acogió esas palabras con una sonrisa. Aunque, después de dos intentos fallidos, tenía miedo y no quería hacerse ilusiones, parecía que ya había pasado lo peor y no podía evitar emocionarse. Por fin. Después de mucho tiempo, mucho esfuerzo y tantas dificultades, parecía que iba a tener un bebé. Iba, por fin, a ser capaz de crear vida.

02 febrero 2018

Mes de escritura: Día 15: Luz


Luz

Estaba oscuro. Tim trató de tantear el terreno con las manos a su alrededor, pero no se topó con nada. El suelo era irregular, duro. Se agachó y lo palpó con las manos. Era piedra, una piedra rugosa y fría, muy dura y sólida. Ayudándose con las manos para no perder el equilibrio, Tim anduvo hacia adelante en esa profunda oscuridad. No supo cuánto tiempo estuvo avanzando medio a gatas, pero cuando ya no podía más del agotamiento, se dejó caer sobre el duro suelo, boca arriba. La posición era incómoda, la piedra del suelo se le clavaba en la piel, pero no podía dar un paso más. Cerró los ojos. Cuando los abrió, le pareció ver un punto de luz, arriba del todo. Una pequeña abertura en el techo de esa extraña e inmensa cueva, quizá. O tal vez la entrada al mundo de los muertos. Inalcanzable.

01 febrero 2018

Mes de escritura: Día 14: Huevo


Huevo

Carmen, bióloga y animalista, trabajaba como investigadora para Comisión de Supervivencia de Especies de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Su trabajo se centraba principalmente en la elaboración de recursos internacionales para la protección de animales en peligro, así como el análisis de la fauna internacional. Por eso, no fue extraño que llegara a sus manos ese gran huevo que estaba protegiendo. Era un huevo grande y pesado, oscuro y bastante duro. Se desconocía de qué ave podía ser. No se identificaba de qué animal era. Así que le encargaron a Carmen que lo incubara y cuidara.
El huevo estaba en la incubadora de la clínica veterinaria. De pronto, empezó a moverse, balanceándose un poco. Carmen, que estaba trabajando en esa misma sala por casualidad, se acercó a la incubadora para mirar cómo nacía el animal. Estaba emocionada, preguntándose qué animal sería. El huevo parecía del tamaño del de una avestruz, pero por el color no podía serlo. Carmen pensaba que se trataría de un emú, un animal de Australia cuyos huevos son de color verde y de un gran tamaño. Pero este no era verde, tiraba al azul oscuro o al negro.
Emocionada, Carmen vio cómo el huevo se empezaba a fracturar, mientras la pequeña criatura que había en el interior hacía esfuerzos para salir. No tardó en romper el huevo por completo. Y ahí estaba. Delante de las narices de Carmen. Una especie totalmente extinta.
Un dragón.