22 abril 2014

Underground stories (5)

-Un escritor sin inspiración es como una madre sin su hijo -dijo él.
-¿Cómo lo sabes? Si nunca has sido madre -comentó ella.
Estaban en el metro. Línea 1 dirección Valdecarros. Eran las ocho y media de la tarde de un lunes cualquiera. Acababan de pasar Ríos Rosas. Eran dos desconocidos que hablaban en el metro. Él era escritor, ella madre soltera. Estaban hechos el uno para el otro.
-Porque sé que es como si te quitaran tu único motivo para vivir.
El tren iba bastante lleno, pero a ellos no parecía importarles. Estaban suficientemente separados el uno del otro como para que la situación no fuera demasiado incómoda. Al fin y al cabo, se acababan de conocer.
-No será para tanto. Seguro que sería peor que alguien te robara tu libro y lo publicara y vendiera miles de ejemplares. Además, ¿no os pasa a todos eso de perder la inspiración?
Él rio.
-Sí que jodería mucho que me robaran mi obra y la publicaran, pero lo de la inspiración es distinto.
Calló durante un instante. "Próxima estación: Iglesia", se oyó por los altavoces.
-Perder la inspiración es como estar sin aire. Una mente creativa colapsada es como un infarto cerebral. Puedes estar meses en coma.
-Eres muy drástico. Aunque quizá sea cosa de los escritores.
Él se encogió de hombros. Ella le miró a los ojos. El tren se detuvo. Bajaron algunos viajeros, subieron otros. Hubo silencio.
-¿Y en qué estás trabajando últimamente? -preguntó ella, rompiendo el silencio-. ¿Un nuevo best seller?
Él sonrió ante aquel comentario.
-Me quedé a medias con la mayor obra maestra que el mundo haya visto.
-Oh... ¿Estás en uno de esos... momentos sin inspiración?
Él asintió con la cabeza. Una señora pasó a su lado. "Próxima estación: Bilbao. Correspondencia con: Línea cuatro".
Sonrió de nuevo. Una sombra iluminó su rostro*.
-Mi inspiración se fue hace dos meses, una semana y tres días. Hace setenta y un días se marchó y sólo me dejó su aroma en las sábanas, el recuerdo en la mente y un vacío en el alma. Setenta y un días de colapso, sin escribir una sola palabra. Sólo poner los dedos en el teclado del ordenador genera un silencio inmenso en el rincón creativo de mi cerebro.
Ella asintió, comprendiendo de pronto la situación.
-¿Cómo se llamaba?
-Alicia. Se llamaba Alicia.
Una sonrisa se formó en la cara de ella. Una sonrisa insospechada.
-¿Sabes? Yo también me llamo Alicia.
"Próxima estación: Tribunal. Correspondencia con: Línea diez".
-Yo soy Diego. Bueno, o lo fui. Ahora no soy nadie -dijo él-. Por cierto, ¿dónde te bajas? -añadió.
-Voy hasta Sol. ¿Tú?
-Gran Vía.
Silencio. Se paró el tren, se abrieron las puertas; entraron unos, bajaron otros.
-¿Cómo se llama? -preguntó él.
Ella le miró sin entender.
-Me has dicho que tienes un hijo. ¿Cómo se llama?
-Diego -dijo ella con una sonrisa-. Se llama Diego.


*Las sombras, además de oscurecer, en algunas ocasiones pueden iluminar, aunque se hayan documentado muy pocos casos. Para más información, consúltese Luces y sombras: un viaje a la iluminación del ser, de L. K. Simpson, 1936.

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